El Luchador: una parábola del deporte moderno

«No quiero estar solo», suplica Randy»The Ram» Robinson. Michael Rourke, con ese rostro deformado por los excesos, conmueve hasta las lágrimas. El actor que en 1991 se ganaba unos pesos boxeando para Marcelo Tinelli en Ritmo de la Noche tal vez obtenga este domingo un Oscar en Hollywood por su poética composición de»El Luchador». Tierno aún cuando se enfurece, Randy se parece más al patético Jack La Motta de Robert De Niro en Toro Salvaje que al Rocky gladiador de Sylvester Stallone. Randy es el ídolo deportivo que no queremos ver. Porque su espejo devuelve soledad y miseria, no éxitos y alegrías. El Randy de Rourke, es cierto, no boxea. Hace lucha libre. Y la lucha libre no se define a sí misma como un deporte. Sino como un entretenimiento. Un»entretenimiento para toda la familia», como se lo presenta hoy en casi todo el mundo. Una competencia con atletas de gran fuerza y técnica depurada que fingen fiereza y sangre y cuyos resultados, se sabe, se pactan de antemano. Pero no todo es ficción. Los golpes duelen realmente, las drogas dejan consecuencias y el ídolo, obligado al sacrificio, se autodestruye.

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«The Wrestler», según su nombre original, suscitó debates en Estados Unidos.»¿Acaso el deporte profesional es distinto? ¿No hay también allí resultados arreglados y campeones atiborrados de drogas?», se preguntaron muchos especialistas.»¿Qué son, sino, los escándalos de las apuestas clandestinas que llegaron hasta al tenis y al fútbol y el festival de esteroides anabólicos de las Ligas de béisbol y del football americano, con nombres míticos obligados a declarar bajo juramento en el Congreso, bajo amenaza de terminar encarcelados?». La World Wrestling Entertainment (WWE), que factura unos 500 millones de dólares anuales, organiza tres shows en distintas partes de Estados Unidos para decenas de millones de telespectadores. Es un show cuyos resultados no aparecen en las páginas deportivas. Pero su poderío se hizo aún más evidente cuando el año pasado sumó a su circo a Floyd Mayweather, acaso el mejor boxeador del momento. No fue esta vez un Muhammad Alí en el destierro o un Mike Tyson en el ocaso, ambos también incorporados en su momento al show de la lucha libre. Mayweather»traicionó» al boxeo en el apogeo de su carrera. Lo hizo por 20 millones de dólares. Y enfrentó su 1,73m y 68kg contra los 2,13m y 195kg de Big Show, una pelea entre David y Goliath que incluyó piruetas y patadas y se vendió a 55 dólares en el cable. Big Show, Randy Orton, Edge, Batista, El Emperador y Rey Misterio son algunos de los personajes más populares de estos Titanes en el Ring del siglo XXI.

Todos ellos, sin embargo, parecen muy lejos del catcher Martín Karadagián o de Pepino, el Payaso que, según exigía el contrato de su patrocinador, debía ser»dicharachero» y»amar a los niños». Y no podía perder, excepto que su rival hiciera trampa.

El «entretenimiento familiar» de la WWE, acaso no menos violento que muchos dibujos japoneses de la televisión de cable, quedó hecho trizas el 25 de junio de 2007. Ese día, la policía encontró a Chris Benoit ahorcado en su habitación. Antes de suicidarse, el ídolo de la WWE mató a Nancy, la esposa del rival a la que sedujo primero en nombre del espectáculo, pero luego en la vida real. Y mató también a su hijo de siete años. Benoit se atiborraba de esteroides, igual que su amigo Eddy Guerrero, otro ícono de la lucha libre, encontrado muerto dos años antes a raíz de un ataque cardíaco.

La prensa recordó entonces una investigación del USA Today que hablaba de al menos 65 luchadores muertos de 1997 a 2004 antes de cumplir 45 años de edad. Saltaron, entre otros, los finales trágicos de los hermanos Von Erich, Dynamite Kid, Curt Henning (Mister Perfect), Bam Bam Bigelow y British Bulldog.»Todos los luchadores usan esteroides», denunció Hulk Hogan, que en el ´87 llevó más de 93.000 personas al Silverdome de Pontiac para su pelea ante André, el Gigante, también él muerto de un paro cardíaco antes de los 50. Vince McMahon, el poderoso patrón de la WWE, que años atrás fue acusado de suministrar él mismo los esteroides a sus luchadores, suele defenderse afirmando que lo suyo no es un deporte que deba someterse a reglamentaciones antidoping, sino un entretenimiento.

El filme de Rourke no muestra justamente eso.»The Ram», un ex campeón en el ocaso, se hace extensiones en el cabello y ama el show. Pero tambien se inyecta en la soledad del vestuario. Ya no para hinchar los músculos, sino para no sentir los golpes. Rourke, se sabe, ama al boxeo. Lo practicó durante una difícil niñez, en Liberty City, el gueto negro de Miami, donde sufrió abusos de su padre, un culturista amateur que murió pocos años más tarde. Y volvió al ring con el apodo de Marielito, en los tiempos en los que odió a Hollywood, cuando la industria que lo había anunciado como el nuevo Marlon Brando ya no toleraba su indisciplina. Por el boxeo, según cuentan crónicas recientes, se rompió y aplastó la nariz cinco veces y la rehizo con parte de las orejas. Tiene además un pómulo destrozado, la lengua cortada al medio, costillas rotas y hasta heridas en ese rostro ya deforme provocadas por inútiles cirugías plásticas y hasta por sus adorados chihuahuas, a uno de los cuales puso el nombre de»Monzón», en homenaje al ex campeón argentino, a quien llegó a visitar en su prisión de Santa Fé, cuando vino a boxear en una exhibición decadente para el programa de Tinelli, con Susana Giménez como uno de los jurados.

«La lucha libre -dijo hace unos días- nunca me va a gustar. Es un entretenimiento, en cambio el boxeo es un deporte. Es como comparar peras con manzanas». Pero durante los dos primeros meses de práctica previos al rodaje de El Luchador, Rourke debió visitar varias veces el hospital y someterse a resonancias magnéticas en rodilla, cuello y espalda. Aprendió que los golpes de la lucha libre también lastiman y respetó más a los luchadores, porque»además se alimentan de la energía del público y dan más de ellos mismos de lo que deberían». Eso le sucede a The Ram, El Carnero, cuando decide seguir combatiendo, reclamado por sus fans, cuando otros le advierten que debe retirarse. «El único lugar donde puedo salir herido es afuera del ring», dice The Ram. Le duele más la vida que los golpes de sus rivales. Como le ocurrió en algún momento de autodestrucción al propio Rourke.»Mi infancia -dijo una vez- fue tan horrible que si alguien me da a elegir entre volver a vivirla o nacer muerto, elijo nacer muerto». Después de coquetear varias veces con la muerte, y luego también de trece años de sicoanálisis, Rourke, pasados los cincuenta años, eligió seguir viviendo. Y volver a conmover con The Ram.

Pero es difícil separar a Randy»The Ram» Robinson de Mickey Rourke. Es difícil separar a El Luchador del deporte moderno.

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